La política monetaria y la política fiscal ya han hecho su trabajo y ahora hay que esperar sus efectos. Pero la evolución de la economía internacional y las señales internas, representan serios riesgos de alcanzar el retorno a un entorno macroeconómico estable.
Por Luis Alvarez
Hay al menos dos claros mensajes en la última Reunión de Política Monetaria del Banco Central. Uno es que el ciclo de alzas de tasas de interés que comenzó en julio del año pasado llegó a su fin y otro es que la decisión de subir la Tasa de Política Monetaria en 50 puntos base, hasta 11,25% fue adoptada por unanimidad.
Pero también hay otro mensaje nada fácil de asumir y es la constatación clara de que la economía mundial está en franco rumbo de deterioro. La inflación en el mundo desarrollado sigue aumentando (la última cifra mensual en Estados Unidos fue superior a lo que esperaba el mercado), junto con las tasas de interés, mientras que el dólar a nivel mundial se ha fortalecido y precios como el del petróleo no están precisamente a la baja.
Nada de esto es buena noticia para Chile. Cuando recién empieza a superar los efectos negativos del boom de consumo provocado por los retiros de fondos previsionales y las ayudas fiscales de la segunda mitad del año pasado, al país le caen encima los efectos de este deterioro del escenario internacional, sin que hasta ahora haya indicios de alguna mejora.
Es obvio que para el Banco Central el problema principal es la inflación, que este año alcanzó niveles sólo comparables con los de mediados del año 1992. Desde entonces, la inflación tuvo una persistente caída y durante dos décadas no fue un problema para la economía local. Para explicar a los jóvenes lo que era la inflación, había que recurrir hasta hace poco tiempo a ejemplos externos o a figuras que ilustraran el daño que podría llegar a hacer. Hoy, esos mismos jóvenes la resienten en sus decisiones cotidianas y es natural, porque nunca los salarios van a subir al mismo ritmo en que suben los precios (si así fuera, la inflación no se iría jamás).
Al decir que se cumplió el ciclo de alzas de tasas, el Banco Central está diciendo que ya ha hecho lo suficiente -hasta ahora- para llevar de nuevo la inflación a la meta de 3%. Ayuda mucho, por cierto, el fuerte compromiso del Ministro de Hacienda con la responsabilidad fiscal, porque significa que tanto el mundo privado -con las altas tasas de interés- como el mundo público -con su manejo responsable del gasto fiscal- están llevando el consumo a niveles compatibles con la capacidad de crecimiento del país. Lo que ocurrió el año pasado y buena parte de este es que el consumo superó con creces la capacidad de oferta y eso generó un fuerte efecto inflacionario.
Ahora cabe esperar. Las altas tasas de interés tienen que desincentivar el consumo y, de hecho, ya hay indicios de ello. El país ya está mostrando retrocesos en el crecimiento y todas las proyecciones, tanto locales como de organismos multilaterales, auguran cifras negativas de actividad para el próximo año. O sea, vamos a caer en una recesión.
Si añadimos a eso una recesión mundial, con efecto negativo en Chile, no habrá dinero suficiente para cubrir la oferta de productos y servicios y la inflación, por tanto, debiera ceder.
Pero, como dice el lenguaje de los economistas macro, hay serios riesgos. Uno es que mientras el dólar siga fortaleciéndose, más caros nos van a costar los productos importados, de los cuales el niño símbolo es el combustible, que tiene, a su vez efecto sobre una gran variedad de precios de productos.
Otro riesgo es que la inflación de países desarrollados sea más persistente, lo que generará nuevos aumentos de tasas y, en consecuencia, mayor dificultad de conseguir créditos baratos en el exterior y un crecimiento mundial más débil.
También hay riesgos internos. Aunque el resultado del plebiscito de septiembre dejó temporalmente las cosas como están en materia de estructura institucional, se mantiene la incertidumbre en torno a quién escribirá una nueva Constitución y cuáles serán sus pilares. Otro es que la señal clara de divergencia al interior del gobierno en torno a los tratados de libre comercio -reflejada en la incomprensible discusión en torno al TPP11- mantenga a los inversionistas en status quo, sin atreverse a concretar sus proyectos. Y mientras no haya inversión, es difícil pensar en recuperar niveles de crecimiento compatibles con las aspiraciones de desarrollo.
Un riesgo probable de concretarse es que, ante una desaceleración de la actividad o recesión con pérdida de empleos, que estará conviviendo además con una inflación aun alta, aparezcan presiones de mayor gasto sobre el gobierno y, por supuesto, iniciativas para un nuevo retiro de fondos previsionales.
Una cosa es que el Banco Central y el Ministerio de Hacienda busquen actuar coordinada y responsablemente sobre las variables económicas claves para amortiguar el impacto de una crisis. Otra, es que la clase política asuma también esa responsabilidad sin populismos que terminen profundizando las dificultades. El problema es que ya vimos que puede ser posible.